Podéis seguirme en Twitter¡¡

29 septiembre, 2011

LAGRIMAS DE AGUA DULCE

Hola a todos/as: 


Ya ha llegado el otoño y con el una nueva temporada de cuentos personalizados. Espero que os gusten tanto como siempre, si no es así también podéis decírmelo. El primer  cuento de esta nueva temporada he decidido dedicárselo al medio ambiente, en concreto a la escasez de agua que cada año es más evidente. Ya me diréis que os ha parecido. Besos ¡¡¡



Ramón siempre había sido uno de aquellos muchachos que, por la época en que nació, se vio obligado a trabajar en el campo desde que tenía apenas seis años.

Hoy en día, y con casi sesenta y cinco años, mira al horizonte recordando cada una de las experiencias allí vividas, con sabor agridulce de tener la sensación de que algo se había hecho mal desde unos años hasta aquí.

Entre sus recuerdos hay uno muy especial, en él ve claramente a su padre mientras saca agua del pozo para regar a mano la inmensa extensión de fresas que solían plantar cada año, tarea que pasó a ser parte de sus obligaciones a los nueve años. En aquellos silenciosos amaneceres en que Ramón regaba con esfuerzo las fresas, vivía una de las experiencias que más le gustaban del mundo, pues a esa hora se despertaban la mayoría de los animales, que parecían querer darle los buenos días con su presencia. Aún hoy, cada vez que Ramón cierra los ojos le parece volver a esa época, oliendo la hierba húmeda, escuchando el trinar de los pájaros y, a lo lejos, el ruido de la pequeña cascada que tenían muy cerca de casa. Con tan solo mirar el cielo sabía si el día iba a ser soleado o no, incluso podía predecir si iba a llover. Era una época en que a los padres se les llamaba de usted, donde los valores y la educación se basaban en el respeto, hacia todo y todos.
También recuerda nítidamente las miles de caídas en bici que había sufrido mientras recorría el kilómetro y medio que separaba su casa de la escuela, a la que jamás llegó tarde.

A veces, sobre aquella piedra y mientras anochece, también le gusta recordar el primer beso en la mejilla que le dio a la que después fue su esposa durante cuarenta y seis años, mientras la luna brillaba como nunca y reflejaba su cara en el pequeño río donde se refrescaba desde pequeño, notando como los peces le acariciaban las piernas mientras lo hacia.

Mientras la vida pasaba, él jamás descuidó la tierra que le daba tanto alimento, que era tan generosa con él.

Los hijos tardaron en llegar, pero finalmente lo hicieron entre una nube de felicidad por parte de Ramón y de Carmen, su esposa. La primera en nacer fue Margarita. Y solo tres años después, llegaría Antonio. Ramón pensó en aquel entonces que no podría existir en el mundo nadie más feliz que él.

Criaron a sus hijos del mismo modo en que los habían educado a ellos, pero los tiempos habían cambiado y pronto se dieron cuenta de que todo cuanto ellos les habían inculcado no tenía cabida en la sociedad actual. Los hijos se fueron de casa para vivir en la gran ciudad, y se olvidaron de donde venían.

Pronto Ramón se vio visitando a sus hijos en una ciudad llena de coches, en una casa donde había mil cosas que nunca había necesitado, y bajo un cielo donde no se podían ver las estrellas. No, a Ramón no le gustaba la ciudad, con todo ese ruido, esas luces encendidas toda la noche, y esa poca importancia a lo imprescindible.

Una tarde Ramón, deseoso de volver a su modesta casa, bajó a la calle de esa gran ciudad para tomar el aire, y no solo se dio cuenta de que el aire que allí respiraba no era como el que él tenía, si no que asombrado observó como una pareja joven lavaba su coche en la calle, y mientras lo hacían dejaban la manguera abierta en el suelo, sin cerrar el agua, sin ni siquiera importarles a donde iba. Ramón entonces les llamó la atención, y ellos se rieron de él.

Cuando finalmente Ramón volvió a su hogar, se sentó en el porche, y observando a las ardillas que correteaban frente a él, se dijo a si mismo que el mundo se estaba volviendo loco. Al poco tiempo recibió una llamada urgente, su hijo había sufrido un accidente de tráfico y se encontraba ingresado grave en el hospital. No se lo pensó dos veces y, cogiendo el primer tren que iba a la capital, se presentó en cuanto pudo en el hospital.

 Una vez allí, con la mano de su hijo entre las suyas, le dijo aún sabiendo que posiblemente no lo escuchaba: “Hijo, ¿qué te ha hecho esa máquina? ¿Ves como era más seguro ir en bici?

Ramón mantuvo la compostura en todo momento, mientras vivía emocionantes momentos en la sala de aquel hospital, solo. Al tercer día, llegó su otra hija, y tras abrazarla, le preguntó:
-¿Por qué has tardado tanto en venir?
- Estaba muy ocupada con el trabajo papá.
-¿Tan ocupada como para dejar que tu hermano esté solo en el hospital?- Dijo Ramón mientras una lágrima salada recorría su mejilla- No hay nada tan importante como estar con la familia cuando te necesita. ¿Qué os está pasando? ¿Es que ya no pensáis en nada? Ni en la familia, ni en la tierra que pisáis… ¿Qué creéis que va quedarle a vuestros futuros hijos si ni vosotros mismo respetáis lo más básico?
-Perdona papá, tienes razón.- Dijo Margarita, sabiendo que su padre jamás los había educado así.

Tras dos semanas y media, Antonio despertó del coma viendo la cara de su padre en primer lugar, y sonriendo le dijo:
-Es verdad papá, esto nunca me hubiese pasado con la bici.

Antonio se recuperó poco a poco de todas sus lesiones, y volvió a la normalidad, así que Ramón regresó a su lugar. Pero en esta ocasión, cuando sentado en el porche de su casa miró al horizonte se dio cuenta de que le faltaban más de la mitad de los árboles que solía observar, y aprovechando que un vecino volvía de la poca cosecha de maíz que había tenido ese año, le preguntó:
-Rafael, ¿Sabe usted qué le ha ocurrido al bosque?
-Sí, lo sé- dijo con cara triste-. Mientras usted ha estado atendiendo a su hijo en el hospital, han venido unas máquinas gigantescas y se han dedicado a destrozar todo el bosque…
- ¿Y eso por qué? ¿Alguna plaga?
- Sí- le dijo Don Rafael a Ramón-, la plaga del egoísmo, y eso que llaman civilización. Es para hacer una carretera nueva, por la que van a pasar miles de coches cada día, y les ha dado lo mismo que nuestras tierras estuviesen ahí, porque según ellos es más importante la carretera que nuestros animales o nuestras plantaciones… ¿Desde cuándo es más importante un camino?
Tras continuar la conversación un largo rato, Ramón apenas podía creerse lo que oía.

Ahora, tras más de diez años de aquello, cada vez que Ramón se sienta en la roca donde le dio el primer beso a su mujer, ya no ve reflejada la luna, pues el río ahora es riachuelo, y su agua ya no es cristalina. Y cuando levanta su vista, ya no hay tantas estrellas brillando.

Pero Ramón sigue levantándose todos los días al alba para regar con el agua del pozo su pequeño huerto. Aún queda algún pequeño animal rezagado que se niega a ver como la tierra se muere, que le viene a dar los buenos días. Pero Ramón ya no puede predecir si hará un buen día o no, porque el humo de las chimeneas de las empresas que han edificado alrededor de su pueblo llenan el cielo de nubes artificiales. El sol ahora calienta más que nunca y como la gente no cuida los ríos y los mares, cada vez hay más escasez de agua.
Hace dos años que su pozo apenas tiene agua, porque el manantial que lo llenaba fue gravemente dañado al construir la carretera.
A pesar de que el daño ya está hecho, Ramón sigue contándole a sus nietos cómo era antes aquel lugar, con la esperanza de que ellos sí sean buenos con la naturaleza.

Allí sentado, Ramón sigue pensando en qué hizo mal, en por qué nadie se da cuenta de lo que se pierde cada minuto. Empiezan a caer pequeñas gotas de lluvia, hacía meses que no llovía, y parecen querer decirle a Ramón que no son gotas, sino pequeñas lágrimas, las mismas que él derrama cada vez que mira el rincón del río en donde había compartido mil aventuras con sus amigos, con sus padres, y con su novia y después mujer, y que ahora está seco y espumoso, agonizante.

Sí, sus nietos siguen subiéndose en las bicis en su jardín, pero ya no disfrutan de los miles de animales, de las estrellas, de la cascada y, sobre todo, del aire puro.

Por eso, la roca que antes era su lugar preferido, se ha convertido poco a poco en un escaparate de cómo las personas destruyen todo a su paso, de cómo dejan que la tierra muera sin hacer nada para salvarla, de cómo miles de hombres, mujeres y niños cada día contribuyen a que la tierra se seque sin darse cuenta de que cada luz encendida, cada grifo goteando, cada tubo de escape… significa una especie animal extinguida, un río seco, un gasto inútil de gasóleo, un aire más contaminado que crea enfermedades cada vez más complicadas de curar, y la falta de las flores y sus olores.

Sí, ya nada importa, porque en nombre del progreso se está envenenando la tierra y con ello a las plantas y los animales. Porque sin agua no pueden crecer los alimentos. Y porque sin estrellas, nuestros sueños ya nunca serán tan maravillosos. Y una nueva lágrima salió de los ojos de Ramón, pero esta vez no era salada, pues su río seguía en su alma.

                                                  FIN

2 comentarios: