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15 noviembre, 2011

La sonrisa robada


Hoy tengo un poco de fiebre y de gripe.. espero que no me lo tengáis en cuenta. Besos ¡¡¡ 


Cada día me recordaba a mi misma quien era para no perder la noción de lo que había aprendido, de lo que buscaban que aprendiese a base de burdas manipulaciones. Pero claro, si tenemos en cuenta que mi naturaleza siempre ha sido extremadamente curiosa, logré casi sin proponérmelo averiguar porque mi amiga Maria se había visto abocada al aislamiento.
Maria es una de esas personas cultas y cautas a quien le encanta escuchar, y que rara vez opina, por si acaso está equivocada. De esbelta presencia y de aun mejor trato, siempre ha sabido socializar  con elegancia y gracia. Siempre había sabido ser el centro de atención en las reuniones sociales, por su desparpajo y simpatía. Hasta que un tipo salido de la nada, se apoderó de su vida.
Los que la conocíamos desde hacía muchos años apenas podíamos dar crédito al cambio de actitud de ella ante él, pero la cosa no nos resultaba tan extraña cuando veíamos como con su mirada la paralizaba. Él era el único que debía ser el centro de atención de su vida, las veinticuatro horas del día.
Cada llamada de teléfono de él, representaba una tristeza plagada de lágrimas en la mirada de ella, las cuales reprimía para no dañarnos. Todos queríamos obviarlas, pero eran demasiado evidentes.
Poco a poco, Maria fue olvidándose de cómo se sonreír, de hablar libremente, de tener reuniones con sus amigos… y los que la queríamos empezamos a preocuparnos por ella de una manera prioritaria.
La seguí un día, no se porque, tan solo para saber que era lo que estaba ocurriendo sin que ella me lo contase, y esa fue la primera vez que la vi temblar cuando él le ordeno subir a su coche. Ya en el corto trayecto pude ver como lloraba desconsoladamente, mientras él le chillaba como si fuese una niña pequeña, ordenándole las cosas más absurdas.
Llamé a mi amigo Miguel y la sacamos de allí, y “gran hombre”, salio huyendo con su coche. Fue entonces cuando Maria se dio definitivamente cuenta de que aquel pobre hombrecillo, sin personalidad ni empatía hacia nada ni nadie, se había hecho aún más pequeño todavía. Su presencia se fue diluyendo en la vida de Maria y ella volvió a sonreír, a disfrutar de la vida, a ser persona… si, tan solo persona, ya que aquel pequeño monstruo disfrazado de moralista la había querido convertir en objeto, cuando era él quien no tenía vida propia. Ahora Maria es feliz, ríe a carcajadas, habla con libertad, se siente ella misma y cada paso que da lo hace por si misma, sin que nadie se lo ordene. Si, creo en la justicia divina, y por eso, estoy segura que ese tipo de miserables acabaran como empezaron… siendo nada. Besos ¡

2 comentarios:

  1. te digo lo mismo que en facebook verdaderamente conmovedor, ojala toda esa gentuza se extinguiera por siempre

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  2. Me gustaría tanto que este tipo de lecturas no llegaran nunca a escribirse... El relato está muy bien. En cuanto he leído que María habia cambiado su personalidad me he imaginado sobre que versaría la historia. Yo también creo en una justicia "divina" en la que si a hierro matas, a hierro mueres... Ójala no haya sido una historia real.
    Un abrazo.

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