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11 noviembre, 2011

45 Segundos

Este es mi relato de participación en el concurso organizado en el blog "La voz de Astarielle", espero que os guste. Os animo a todos a participar, y para ello os dejo el enlace. Besos ¡¡ 


http://astarielle-miblog.blogspot.com/2011/10/i-certamen-de-relatos.html#comment-form


Hacía tres meses que había aprobado las oposiciones como enfermero del hospital comarcal y ese gran paso me había supuesto abandonar mi ciudad de origen y sumergirme en una gran ciudad que me hacía sentirme aún más solo. Con veinticinco años la ventaja más clara que le veía a la nueva situación era que desde que había empezado a trabajar me había acostumbrando  a utilizar el trasporte urbano como medio más rápido para llegar al trabajo.
Cada mañana en la estación de metro coincidíamos prácticamente los mismos, pero lo que me pareció aún más curioso es que estuviese del turno que estuviese siempre estaba en aquel anden una chica menuda que hacía en mismo recorrido que yo, aunque curiosamente jamás había coincidido con ella en el hospital. Empecé a sorprenderme a mi mismo buscándola con la mirada, añorando su presencia cuando no estaba y observando cada uno de sus movimientos, lentos y suaves, cada vez que rebuscaba algo en su abultado bolso.
Hoy es viernes, y por primera vez desde hace casi un mes, voy a librar el fin de semana. Por una parte estoy contento, pero por la otra me agobia pensar que estaré dos dias sin verla.
El ruido del metro, que antes me parecía insoportable, ya era menos molesto para mis oídos. Cada día intentaba acercarme más a ella, que siempre se sentaba con un libro en la mano esperando plácidamente nuestra parada.
Su mirada grisácea era triste pero irradiaba una belleza difícil de explicar, e imposible de olvidar. Nunca he sido cobarde, así que decididamente de hoy no pasa que le diga algo.
Me siento a su lado, puedo notar el olor de su perfume, sensual y embriagador. Durante dos segundos me paro a tomar aire, tan solo me quedan dos paradas para dar el paso.
-Hola, creo que trabajamos en el mismo sitio. Soy Daniel.
Ella me sonríe tímidamente y cierra el libro poniendo un dedo en forma de marcapáginas.
-Creo que si, soy Claudia.
El metro frena en seco. Me temo que nuestro trayecto a tocado su fin, pero no puedo perderla ahora. Le pregunto si vamos juntos hasta la entrada del complejo hospitalario y asiente con la cabeza.  Estoy tan embelesado por la dulzura de sus escasas palabras que ni tan siquiera escucho el claxon. A partir de ahí, tan solo un golpe seco, el aire en bocanada sobre mi cabeza, y un sonido hueco tras mi cabeza. Luego la oscuridad.
Hoy he abierto los ojos, y ella estaba a mi lado, con un inseparable libro entre sus manos. Enseguida una tropa de médicos y enfermeras me rodean, y dejo de verla. En cuanto mi garganta puede emitir un leve sonido les pregunto que es lo que me ha pasado. Me informan de manera muy formal que una ambulancia me ha atropellado a la entrada del hospital, y que he estado 15 días en coma. Todos abandonan la habitación excepto una enfermera. Veo a Claudia tras la cristalera, con lágrimas en los ojos y entonces me doy cuenta de que ella también está herida. Le pregunto discretamente a la enfermera que es lo que le ha ocurrido y me dice que sufrió el atropello conmigo y que a pesar de haberse roto el hombro en el impacto había estado cuarenta y cinco segundos reanimándome, hasta que consiguió que mis constantes volviesen. También me contó en el oído que no se había separado de mi ni un segundo. Mis propios pensamientos se han visto interrumpidos por la presencia repentina de mis padres en la habitación. Mi madre se abraza a mí fuertemente, tanto que me lastima. Mi padre, más comedido golpea mi hombre y se da la vuelta con los ojos llorosos. Claudia ya no está tras la cristalera. Las horas parecen no pasar en esta habitación confinado, necesito verla, volver a sentir su perfume sobre mi piel. Se está haciendo de noche y me siento incompleto, el cuerpo empieza a dolerme y tengo la sensación de haberla perdido para siempre. Las visitas se iban marchando, y nos había traído algo de comer una enfermera diferente a la anterior. No probé bocado. Pensé que ya había cambiado el turno y que mis esperanzas de que Claudia volviese cada vez eran más escasas. Cerré los ojos con la sensación de haber perdido a la mujer de mi vida…
-Me has dado un susto de muerte.
Su voz. Era su voz la que me hablaba y por un instante pensé que estaba soñando. Quise levantar los brazos para acariciarle la cara, pero no fui capaz. Le pedí que se acercase y con una suave voz hacerte a decirle lentamente:
-Estoy enamorado de ti desde el primer día que te vi en aquel andén. No me hubiese importado morir a tu lado. Mi sueño ya se habría cumplido.
Me beso suavemente y ya no noté más dolores, tan solo el sabor de fresa de sus labios.


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