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24 noviembre, 2011

La canción silenciosa 6ª Parte.

(…) Mientras el agua caliente recorría lentamente el cuerpo de Ana, a escasos metros su amiga Lorena ya se había duchado y vestido. Unos simples vaqueros y una camiseta azul marino En la que se podía leer la insignia: “Si me quieres, no me chilles”. Siempre había sido muy solidaria ante las injusticias. Ahora Lorena se encontraba frente al espejo, su gran enemigo. Volvieron a su mente viejas dudas, viejos complejos… pero con una valentía increíble se recogió el pelo en una simple coleta y se sintió un poco más libre. Apenas se puso un poco de brillo en los labios y rimel en las pestañas. Para ella ya era suficiente.
En cambio Ana, mientras se secaba, aun no había decidido que ponerse, ni tan siquiera sabía que hacer con su pelo. Se encontró más insegura que nunca, como si tuviese ocho años de nuevo. Miró y remiró en su armario, las nubes parecian ir desapareciendo y no hacía nada de frío. Finalmente y desesperada por su propia incapacidad de decidirse acudió a quien siempre lo hacia:
-Mamá, ¿Puedes ayudarme a elegir algo que ponerme?- Gritó desde su habitación.
En apenas unos minutos Rosana ya estaba a su lado, sonriendo al ver a su hija tan nerviosa, nunca la había visto igual.
-Vamos hija, escojamos modelito.
La madre empezó a trastear en el armario, mientras la chica se mordía las uñas sentada sobre la cama. Tras unos minutos su madre se dio la vuelta y le entregó lo que a ella mejor le parecía. Una falda vaquera con unos bordados color plata y una camiseta que dejaba entrever su ombligo. Como complemento una chaqueta color plateado comprada en Zara. La joven seguía muy nerviosa.
-¿Mamá esa falda no me hará el culo  muy gordo?
-Si lo tuvieses quizás si, pero tienes un culo perfecto. Venga déjate de indecisiones y vístete que es muy tarde, son más de las cinco y media y me habías dicho que la cita era a las seis…
-Madre mía mama, que hago con mi pelo.- A Ana casi se le saltaban las lágrimas de los mismos nervios.
-No te preocupes, una bonita trenza dejará que se te vea bien la cara.
Ana sonrió, su madre siempre tenía soluciones de emergencia para todo. Mientras ella se vestía sonó el timbre, Lorena ya estaba preparada.
A unos trescientos metros, Javier terminaba de afeitarse. Aquel día había tardado más que de costumbre, quería estar perfecto. Se vistió rápidamente con unos tejanos oscuros y una sudadera color cobalto que le favorecía mucho, aun así él también se sentía indeciso por primera vez. Por último cogió su colonia preferida y se roció un poco. Si, el pelo estaba perfecto, el afeitado perfecto… pero el demasiado nervioso como para verlo así. Salió de casa en busca de su amigo Marcos, que contrariamente a todos ellos, se había duchado, pero no se había afeitado ni puesto gomina e iba vestido con unos simples tejanos y una camiseta. Sorprendentemente, parecía el más tranquilo de todos. Los chicos tomaron rumbo hacia la cafetería.
Ana finalmente siguió los consejos de su madre y maquillándose ligeramente, aunque  más que Lorena, buscó su perfume en el bolso y roció a su amiga con él antes de echarse ella misma. El tono marrón de sus labios, hacían que Ana resultase muy atractiva. Salieron de casa de Ana con aquellos preciosos pero incómodos zapatos de tacón que ambas odiaron haberse puesto. De camino a la cafetería ninguna de ellas era capaz de articular palabra. A tres metros de la cristalera de la cafetería y tras ver a los chicos sentados en una mesa, Ana hizo el amago de salir corriendo. Lorena la sujetó fuerte por el brazo y en ese pequeño intervalo de tiempo los chicos las saludaron desde dentro. Ya no había manera de echarse atrás. Cruzar aquellas puertas de cristal supusieron para Ana uno de los peores momentos de su vida. Los chicos se levantaron y entre todos se repartieron los besos de rigor. El bullicio de la cafetería hacia que el silencio de la mesa no fuese tan incómodo.
-¿Qué queréis tomar?- dijo finalmente Javier.
- Yo, una Pepsi- contestó rápida Lorena mientras notaba como Marcos le cogía la mano por debajo de la mesa.
-Yo otra- Dijo Ana, con la mirada fija en la mesa. Aún no se había atrevido a mirarle a los ojos.
El pedido llegó pronto, y los vasos se llenaron rápido. Marcos le propuso a Lorena jugar una partida de billar, en ese momento la sala donde se jugaba estaba desocupada, ty así tendrían más intimidad. Ana quiso matarlo por un segundo, pero aun le entraron más ganas de estrangular a su amiga cuando le dijo que si. En cuanto que se fueron aparecieron la típicas niñatas para saludara Javier, y por primera vez el se sintió molesto. En cuanto ellas se fueron la voz de Ana empezó a sonar lentamente:
-Quería pedirte disculpas por mi comportamiento de ayer. No es que no piense lo que te dije, pero creo que no fueron las formas.- Seguía con la mirada fija en el vaso.
La mano de él le levantó la cara suavemente empujándole la barbilla con ternura.
-¿Pedirme disculpas tu a mi? Creo que aquí el único tonto he sido yo, es más, estoy de acuerdo contigo en todo lo que me dijiste. Me pasa una cosa muy especial contigo….- las niñatas volvieron e interrumpieron a Javier, Ana suspiro aliviada, le asustaba lo que podía seguir en esa frase. Cuando volvieron a irse, y los refrescos tan solo habían sido consumidos a la mitad, Javier se levantó bruscamente de su asiento y acercándose a la barra pagó las consumiciones de los cuatro, tras lo cual volvió rápidamente a la mesa y cogiendo a Ana de la mano la saco del local. Ella estaba absolutamente encantada de sentir los dedos de él  entre los suyos, y sin darse cuenta se los acarició.  El la miró fijamente y sin decir una palabra más se la llevó al parque donde le habían organizado la cuita a Lorena y marcos. Se sentaron en un banco mientras sus manos inexplicablemente seguían unidas.
- No he podido dejar de pensar en ti, no se porque, pero cuando te veo siento cosas que jamás antes había sentido- Javier tragó saliva para poder continuar- Me encantan tus ojos, bueno a decir verdad, me encanta tu todo… Sus caras iban acercándose con una lentitud agónica, sin dejar de mirarse a los ojos. Cuando finalmente sus labios se encontraron, Ana sintió como si una brisa de aire fresco le diese mucha más vida y Javier deseo en silencio quedarse en su boca para siempre. Sus lenguas se buscaban imprecisas en lo que se convirtió en un beso eterno, amoroso y apasionado. Tras besarse, Javier sorprendido observó lágrimas en la cara de Ana, y asustado le dijo:
-Quizás me he dejado llevar y me he pasado…
-No, son de felicidad.- le contestó ella- Estoy enamorada de ti.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado toda la historia, sobre todo la complicidad de la madre que ayuda a su hija a elegir vestuario para su primera cita con un chico. Está genial. ¿Habrá más partes?

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  2. Quedan dos partes más, dos relatos más.. mañana colgaré el penúltimo..... el lunes colgaré un relato erótico (para variar un poco) y el martes llegara el final de esta mini novela. Besos y gracias por tu apoyo ¡¡

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