Ya ha llegado el otoño y con el una nueva temporada de cuentos personalizados. Espero que os gusten tanto como siempre, si no es así también podéis decírmelo. El primer cuento de esta nueva temporada he decidido dedicárselo al medio ambiente, en concreto a la escasez de agua que cada año es más evidente. Ya me diréis que os ha parecido. Besos ¡¡¡
Ramón
siempre había sido uno de aquellos muchachos que, por la época en que nació, se
vio obligado a trabajar en el campo desde que tenía apenas seis años.
Hoy
en día, y con casi sesenta y cinco años, mira al horizonte recordando cada una
de las experiencias allí vividas, con sabor agridulce de tener la sensación de
que algo se había hecho mal desde unos años hasta aquí.
Entre
sus recuerdos hay uno muy especial, en él ve claramente a su padre mientras
saca agua del pozo para regar a mano la inmensa extensión de fresas que solían
plantar cada año, tarea que pasó a ser parte de sus obligaciones a los nueve
años. En aquellos silenciosos amaneceres en que Ramón regaba con esfuerzo las
fresas, vivía una de las experiencias que más le gustaban del mundo, pues a esa
hora se despertaban la mayoría de los animales, que parecían querer darle los
buenos días con su presencia. Aún hoy, cada vez que Ramón cierra los ojos le
parece volver a esa época, oliendo la hierba húmeda, escuchando el trinar de
los pájaros y, a lo lejos, el ruido de la pequeña cascada que tenían muy cerca
de casa. Con tan solo mirar el cielo sabía si el día iba a ser soleado o no,
incluso podía predecir si iba a llover. Era una época en que a los padres se
les llamaba de usted, donde los valores y la educación se basaban en el
respeto, hacia todo y todos.
También
recuerda nítidamente las miles de caídas en bici que había sufrido mientras
recorría el kilómetro y medio que separaba su casa de la escuela, a la que
jamás llegó tarde.
A
veces, sobre aquella piedra y mientras anochece, también le gusta recordar el
primer beso en la mejilla que le dio a la que después fue su esposa durante
cuarenta y seis años, mientras la luna brillaba como nunca y reflejaba su cara
en el pequeño río donde se refrescaba desde pequeño, notando como los peces le
acariciaban las piernas mientras lo hacia.
Mientras
la vida pasaba, él jamás descuidó la tierra que le daba tanto alimento, que era
tan generosa con él.
Los
hijos tardaron en llegar, pero finalmente lo hicieron entre una nube de
felicidad por parte de Ramón y de Carmen, su esposa. La primera en nacer fue
Margarita. Y solo tres años después, llegaría Antonio. Ramón pensó en aquel
entonces que no podría existir en el mundo nadie más feliz que él.
Criaron
a sus hijos del mismo modo en que los habían educado a ellos, pero los tiempos
habían cambiado y pronto se dieron cuenta de que todo cuanto ellos les habían
inculcado no tenía cabida en la sociedad actual. Los hijos se fueron de casa
para vivir en la gran ciudad, y se olvidaron de donde venían.
Pronto
Ramón se vio visitando a sus hijos en una ciudad llena de coches, en una casa
donde había mil cosas que nunca había necesitado, y bajo un cielo donde no se
podían ver las estrellas. No, a Ramón no le gustaba la ciudad, con todo ese
ruido, esas luces encendidas toda la noche, y esa poca importancia a lo
imprescindible.
Una
tarde Ramón, deseoso de volver a su modesta casa, bajó a la calle de esa gran
ciudad para tomar el aire, y no solo se dio cuenta de que el aire que allí
respiraba no era como el que él tenía, si no que asombrado observó como una
pareja joven lavaba su coche en la calle, y mientras lo hacían dejaban la
manguera abierta en el suelo, sin cerrar el agua, sin ni siquiera importarles a
donde iba. Ramón entonces les llamó la atención, y ellos se rieron de él.
Cuando
finalmente Ramón volvió a su hogar, se sentó en el porche, y observando a las
ardillas que correteaban frente a él, se dijo a si mismo que el mundo se estaba
volviendo loco. Al poco tiempo recibió una llamada urgente, su hijo había
sufrido un accidente de tráfico y se encontraba ingresado grave en el hospital.
No se lo pensó dos veces y, cogiendo el primer tren que iba a la capital, se
presentó en cuanto pudo en el hospital.
Una vez allí, con la mano de su hijo entre las
suyas, le dijo aún sabiendo que posiblemente no lo escuchaba: “Hijo, ¿qué te ha
hecho esa máquina? ¿Ves como era más seguro ir en bici?
Ramón
mantuvo la compostura en todo momento, mientras vivía emocionantes momentos en
la sala de aquel hospital, solo. Al tercer día, llegó su otra hija, y tras
abrazarla, le preguntó:
-¿Por
qué has tardado tanto en venir?
-
Estaba muy ocupada con el trabajo papá.
-¿Tan
ocupada como para dejar que tu hermano esté solo en el hospital?- Dijo Ramón
mientras una lágrima salada recorría su mejilla- No hay nada tan importante
como estar con la familia cuando te necesita. ¿Qué os está pasando? ¿Es que ya
no pensáis en nada? Ni en la familia, ni en la tierra que pisáis… ¿Qué creéis
que va quedarle a vuestros futuros hijos si ni vosotros mismo respetáis lo más
básico?
-Perdona
papá, tienes razón.- Dijo Margarita, sabiendo que su padre jamás los había
educado así.
Tras
dos semanas y media, Antonio despertó del coma viendo la cara de su padre en
primer lugar, y sonriendo le dijo:
-Es
verdad papá, esto nunca me hubiese pasado con la bici.
Antonio
se recuperó poco a poco de todas sus lesiones, y volvió a la normalidad, así
que Ramón regresó a su lugar. Pero en esta ocasión, cuando sentado en el porche
de su casa miró al horizonte se dio cuenta de que le faltaban más de la mitad
de los árboles que solía observar, y aprovechando que un vecino volvía de la
poca cosecha de maíz que había tenido ese año, le preguntó:
-Rafael,
¿Sabe usted qué le ha ocurrido al bosque?
-Sí,
lo sé- dijo con cara triste-. Mientras usted ha estado atendiendo a su hijo en
el hospital, han venido unas máquinas gigantescas y se han dedicado a destrozar
todo el bosque…
-
¿Y eso por qué? ¿Alguna plaga?
-
Sí- le dijo Don Rafael a Ramón-, la plaga del egoísmo, y eso que llaman
civilización. Es para hacer una carretera nueva, por la que van a pasar miles
de coches cada día, y les ha dado lo mismo que nuestras tierras estuviesen ahí,
porque según ellos es más importante la carretera que nuestros animales o nuestras
plantaciones… ¿Desde cuándo es más importante un camino?
Tras
continuar la conversación un largo rato, Ramón apenas podía creerse lo que oía.
Ahora,
tras más de diez años de aquello, cada vez que Ramón se sienta en la roca donde
le dio el primer beso a su mujer, ya no ve reflejada la luna, pues el río ahora
es riachuelo, y su agua ya no es cristalina. Y cuando levanta su vista, ya no
hay tantas estrellas brillando.
Pero
Ramón sigue levantándose todos los días al alba para regar con el agua del pozo
su pequeño huerto. Aún queda algún pequeño animal rezagado que se niega a ver
como la tierra se muere, que le viene a dar los buenos días. Pero Ramón ya no
puede predecir si hará un buen día o no, porque el humo de las chimeneas de las
empresas que han edificado alrededor de su pueblo llenan el cielo de nubes
artificiales. El sol ahora calienta más que nunca y como la gente no cuida los
ríos y los mares, cada vez hay más escasez de agua.
Hace
dos años que su pozo apenas tiene agua, porque el manantial que lo llenaba fue gravemente
dañado al construir la carretera.
A
pesar de que el daño ya está hecho, Ramón sigue contándole a sus nietos cómo
era antes aquel lugar, con la esperanza de que ellos sí sean buenos con la
naturaleza.
Allí
sentado, Ramón sigue pensando en qué hizo mal, en por qué nadie se da cuenta de
lo que se pierde cada minuto. Empiezan a caer pequeñas gotas de lluvia, hacía
meses que no llovía, y parecen querer decirle a Ramón que no son gotas, sino pequeñas
lágrimas, las mismas que él derrama cada vez que mira el rincón del río en donde
había compartido mil aventuras con sus amigos, con sus padres, y con su novia y
después mujer, y que ahora está seco y espumoso, agonizante.
Sí,
sus nietos siguen subiéndose en las bicis en su jardín, pero ya no disfrutan de
los miles de animales, de las estrellas, de la cascada y, sobre todo, del aire
puro.
Por
eso, la roca que antes era su lugar preferido, se ha convertido poco a poco en
un escaparate de cómo las personas destruyen todo a su paso, de cómo dejan que
la tierra muera sin hacer nada para salvarla, de cómo miles de hombres, mujeres
y niños cada día contribuyen a que la tierra se seque sin darse cuenta de que
cada luz encendida, cada grifo goteando, cada tubo de escape… significa una especie
animal extinguida, un río seco, un gasto inútil de gasóleo, un aire más
contaminado que crea enfermedades cada vez más complicadas de curar, y la falta
de las flores y sus olores.
Sí,
ya nada importa, porque en nombre del progreso se está envenenando la tierra y
con ello a las plantas y los animales. Porque sin agua no pueden crecer los
alimentos. Y porque sin estrellas, nuestros sueños ya nunca serán tan
maravillosos. Y una nueva lágrima salió de los ojos de Ramón, pero esta vez no
era salada, pues su río seguía en su alma.
FIN
Es precioxso. Como siempre un gran trabajo mi niña.
ResponderEliminarGracias mi niña ¡¡¡
ResponderEliminar